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Amante Sin Máscara
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Amante Sin Máscara
Un simple relato corto...espero que les guste *-*
Amante Sin Máscara
Era hoy. No podía contener la emoción que mi corazón sentía conforme iba arreglándome para la gran noche que sería esta. El último cielo nocturno del Carnaval Veneciano. Y no sólo eso.
Conocería el rostro de aquel enmascarado que me enamoró desde el momento en que sus ojos oscuros se posaron sobre los míos azules. Luego de jugar cada uno nuestras cartas de seducción en la orgía que solía convertirse a medianoche las calles de los barrios más ricos, me sentía preparada para ver su rostro.
Lo imaginaba de diversas formas. Incluso, tuve una visión de él quitándose la máscara. La tuve la cuarta noche, mientras caminaba con mi moretta por el puente que se dirigía al centro de la ciudad. Ser vidente, así como peligroso, resultaba de gran ayuda. Si bien, la forma en que mis visiones llegaban no era de las mejores –sólo en mi ojo izquierdo se representaba el pasado, presente o futuro. El derecho se encontraba normal conforme las imágenes en el otro ojo bailaban, a veces mareándome-, evitó que me metiera en problemas.
Me recargué en la mesa, la cabeza dio algo de vueltas. Parpadeé para tratar de regresar a la normalidad antes de irme. Las visiones podían ser un dolor de cabeza.
Aunque ahora, con el calor del Carnaval, la música, la sensación de encontrarte con la muerte en un nuevo rostro color blanco, dorado, plateado o negro, era excitante y peligrosa al mismo tiempo. Sabía que podía morir en un abrir y cerrar de ojos si me encontraba de frente con Carlo.
O él moriría a mis manos.
Agarré la pistola, guardándola entre el decorado de mi vestido. Del lado derecho, una flor dorada y enorme decoraba el atuendo. Lo suficientemente grande para esconder una pequeña pistola a los ojos de cualquiera. Mi vestido era de color ocre, con pocos ornamentos dorados. La flor, unos pliegues en la parte de abajo. Escote en forma de corazón y un cuello alto, para darle aspecto de realeza.
Realeza. Justo la posición social que no me correspondía. Pero iba a ese barrio para encontrar a mi enemigo y asesinarlo. Si ellos mataban videntes, también yo podía matarlos a ellos. Aún me dolía la traición de Francesca… esto era una guerra. ¿Nos dejaríamos gobernar por los hombres? Claro que no, ni siquiera a quien ahora llamaba “Amante Enmascarado” podría ejercer control sobre mí.
Me puse la moretta dorada, amarrándola en la parte de atrás. Agregué color rojo carmín a mis labios. Fui a ponerme perfume. Detrás de las orejas, en el cuello, entre los pechos, en las muñecas… me veía perfecta. Arreglé para que mi cabello castaño cubriese mi ojo izquierdo, en el dado caso de que una visión apareciera.
Sonreí al reflejo. Luego, salí.
En las calles se veían los adornos del carnaval. Parecería que la ciudad regresó a los años de 1700, nada era moderno, lo de antaño sobresalía, atrayendo miradas bien dibujadas. Flores, jarrones, música, las calles incluso, todo era igual a si estuviera sacado de una máquina del tiempo. Era un ambiente mágico en cada sentido que tratara de encontrarse. Nada era lo que parecía, en los Carnavales abundaba la mentira, aderezada con un toque de sensual lujuria fantástica, haciéndole un pecado que no recordar al día siguiente, cuando las máscaras dejaran de existir y se regresara a la normalidad.
Olía a vino caro en las calles, se oían risas, filtreos susurrados al oído, también los caros perfumes se combinaban, haciendo una mezcla de olores extravagantes, auténticos e irrepetibles. Los colores que adornaban la ciudad eran chillones, oscuros, contrastaban unos con otros, formando un jardín de paisaje fantástico. La gente se apretaba entre lo que parecería poco espacio. Ninguno se conocía y era fácil imaginar una vida diferente a la que realmente se ocultaba tras esas máscaras.
Duques, Marqueses, Reyes y Reinas, existían por doquier.
“Nada es real” me dije, abriendo paso entre la gente con una seguridad que poco se conocía en mí. No me importó atraer la atención. Sentí las miradas de varios ojos y me regocijé en ellas, sonriendo con coquetería, tentándolos a acercarse y tratar de tomarme.
Cobardes.
Ninguno podía ser comparado con mi Amante Enmascarado.
—Te encontré una vez más—susurró alguien a mi oído.
La sonrisa que floreció en mis labios fue casi tan deliciosa como la sensación de sus manos acariciando mi cuello con lentitud. Tatuándome su esencia con un fuego imposible de borrar. Sin decir nada, ladeé este, permitiéndole besar mi piel.
Mañana regresarían las cosas a la normalidad, y él dejaría de existir. O tal vez, se volvería real, cuando le quitara la máscara de su rostro, sabría qué imagen poseía el amor.
Se puso frente a mí, tomando la palma de mi mano para dejar un suave beso en ella. Sus ojos oscuros sonrieron, también sus labios. La máscara era igual a las otras nueve noches anteriores en que nos encontramos; completamente blanca, a excepción de una rosa dibujada con una pluma plateada. Su traje era un smoking negro, cabello completamente negro, lacio, sujeto por un informal listón negro.
La elegancia de la monarquía extinta hace varios años ya, le pertenecía a él. Casi te hacía pensar que era de los sobrevivientes a una dinastía perdida. La etiqueta que los demás aparentaban se veía reducida a simple juego de plebeyos al compararla con sus pasos firmes, su mano tomando la mía y la forma recta al caminar mientras los dos nos alejábamos de la orgía colorida que se desarrollaba a espaldas nuestras, gracias al ambiente impuesto por la música y los adornos.
Subimos por un puente, luego, una góndola nos estaba esperando. Quien la conducía llevaba puesta una máscara y atraía el carnaval en su vestimenta. La misma góndola pertenecía a este. Todo Venecia era un mismo lugar y nadie podía poblarlo, salvo las morettas.
Me tendió una mano, y la acepté, subiendo a la góndola. Luego, mi Amante Enmascarado hizo lo mismo. El transporte comenzó a moverse de forma lenta, la música alcanzaba a llegar a nuestros oídos a pesar de la distancia. Eran tonadas alegres, con toques de elegancia, que te incitaban al misterio y a mantener el secreto que sólo le revelarás a una persona en especial.
Algo me hizo verlo. Sus ojos mostraron una intensidad que no se llega a creer real. Él me recortó sobre su cuerpo, mientras la góndola avanzaba sin destino fijado. Me recargué, sintiéndome una musa que está enamorada del artista.
Sus manos pasaron por mi brazo, dibujando la curvatura luego de mi pecho, escalando por mi cuello, acariciando mi rostro y llegando hasta donde amarraba el antifaz que cubría gran parte de mi rostro. Que me volvía una reina ante cualquier mirada o una duquesa. La máscara que me hacía sentir parte del juego de seducción.
Mi ojo cubierto por el mechón de cabello mostró una imagen. La imagen de Carlo sonriendo en esta misma noche.
Mi Amante desenredó el moño, y mi moretta cayó, resbalando hasta perderse en las aguas de los canales de Venecia. Cayó lentamente, igual a si alguien alentara cada toma de la película de la vida. Creí ver que esa escena se repetía.
Me sentí completamente desnuda ante sus ojos oscuros inteligentes.
Debía ser yo quien lo desenmascarara.
La música dejó de sonar. Me atrajo a sus irresistibles labios que formaban una sonrisa burlona, perfecta, que yo conocía de tiempo atrás. Sin embargo, fui lo suficientemente débil para entregarme al sabor de su boca, a la pasión que impregnaba la mía, a la sensación de ser derrotada y amada en misma proporción.
Me besó.
Un incendio pareció atacar mi cuerpo completo en medida de que él continuaba besándome, sin dejar mi alma en libertad. Sus manos me apretaban a su cuerpo por la cintura, explorando lo que estaba escondido entre el vestido: la pistola. Escuché la risa que le dio encontrar tal arma, la dejó junto a él. Quise separarme, pero me rodeó con más fuerza, reclamando cada parte de mi ser o cuerpo, como su propiedad.
Parecería que el lugar de sus labios siempre estuvo en los míos. Cerré los ojos, entregándome en ese lapso de tiempo en cuerpo y espíritu a él.
La libertad se me vio arrebatada. La música del Carnaval volvió a sonar a lo lejos. El Carnaval… estúpido Carnaval que entre mentiras logró apresarme en los brazos de un enemigo. Y lo peor de todo, no me veía capaz de renegar de la suerte. Bendecía y maldecía aquellos diez días de juegos y falsedades.
Me sentí incapaz de ponerle fin a la debilidad, fruto de su pasión. ¿Esta era la muerte que los mentalistas daban a las videntes? ¿Les robaban así el alma? ¿Las ganas de seguir peleando?
Sus labios se fundieron en la piel de mi cuello, la góndola seguía navegando. Las luces del Carnaval estaban más cerca de lo que pude detectar en primera instancia. Ahora, nosotros formábamos parte de los arreglos. Éramos aquellos amantes a los cuales no les importaba el peligro, estaban dispuestos a pasar aquella última noche de mentira como si fuese verdadera la pasión o el amor.
Quise hablar, pero no me fue posible. Su boca se paseó por mi cuello, llegando hasta el oído. Mordió suavemente este, con una mueca de satisfacción, cínica e irresistible. Habló con un susurro acariciador: — Lunette… mi querida Lunette, en tu afán de huida, has cometido el mismo error que tu madre; enamorarte de un mentalista.
Con dedos temblorosos, busqué el listón que amarraba su moretta a la cara. Y logré quitársela, sosteniéndola para que no cayera. Deseaba tener un recuerdo que todos los días me dijera lo estúpida y como me confié al creer en las falsas promesas que un Carnaval podía darte: encontrar al amor de tu vida, ser alguien diferentes… tener una vida diferente, enamorarte de quien más odias… la única verdad.
El rostro de Carlo era perfecto, a pesar de poseer la expresión que me hacía querer matarlo. Quizá, por eso era perfecto.
Atrapó nuevamente mis labios entre los suyos, nos encontrábamos abrazados. Me abrazaba hacia su cuerpo, impidiendo así pensar siquiera en un escape. Seguía sintiéndome aquella estúpida musa enamorada del artista.
Ya no había máscaras, continuaba el Carnaval y la noche aún era joven.
Murmuró mi nombre entre el beso, apropiándose de cada latido y suspiro del alma de su presa. Sentí la muerte. Carlo agarró la pistola y disparó, pero no me disparó a mí. Le disparó al gondolero, el cual, se desplomó y cayó al agua.
—Nadie puede saber de esto, Mi vidente.
Comencé a temblar y abrí los ojos.
Ya era hora de irse a la última noche del Carnaval.
Amante Sin Máscara
Era hoy. No podía contener la emoción que mi corazón sentía conforme iba arreglándome para la gran noche que sería esta. El último cielo nocturno del Carnaval Veneciano. Y no sólo eso.
Conocería el rostro de aquel enmascarado que me enamoró desde el momento en que sus ojos oscuros se posaron sobre los míos azules. Luego de jugar cada uno nuestras cartas de seducción en la orgía que solía convertirse a medianoche las calles de los barrios más ricos, me sentía preparada para ver su rostro.
Lo imaginaba de diversas formas. Incluso, tuve una visión de él quitándose la máscara. La tuve la cuarta noche, mientras caminaba con mi moretta por el puente que se dirigía al centro de la ciudad. Ser vidente, así como peligroso, resultaba de gran ayuda. Si bien, la forma en que mis visiones llegaban no era de las mejores –sólo en mi ojo izquierdo se representaba el pasado, presente o futuro. El derecho se encontraba normal conforme las imágenes en el otro ojo bailaban, a veces mareándome-, evitó que me metiera en problemas.
Me recargué en la mesa, la cabeza dio algo de vueltas. Parpadeé para tratar de regresar a la normalidad antes de irme. Las visiones podían ser un dolor de cabeza.
Aunque ahora, con el calor del Carnaval, la música, la sensación de encontrarte con la muerte en un nuevo rostro color blanco, dorado, plateado o negro, era excitante y peligrosa al mismo tiempo. Sabía que podía morir en un abrir y cerrar de ojos si me encontraba de frente con Carlo.
O él moriría a mis manos.
Agarré la pistola, guardándola entre el decorado de mi vestido. Del lado derecho, una flor dorada y enorme decoraba el atuendo. Lo suficientemente grande para esconder una pequeña pistola a los ojos de cualquiera. Mi vestido era de color ocre, con pocos ornamentos dorados. La flor, unos pliegues en la parte de abajo. Escote en forma de corazón y un cuello alto, para darle aspecto de realeza.
Realeza. Justo la posición social que no me correspondía. Pero iba a ese barrio para encontrar a mi enemigo y asesinarlo. Si ellos mataban videntes, también yo podía matarlos a ellos. Aún me dolía la traición de Francesca… esto era una guerra. ¿Nos dejaríamos gobernar por los hombres? Claro que no, ni siquiera a quien ahora llamaba “Amante Enmascarado” podría ejercer control sobre mí.
Me puse la moretta dorada, amarrándola en la parte de atrás. Agregué color rojo carmín a mis labios. Fui a ponerme perfume. Detrás de las orejas, en el cuello, entre los pechos, en las muñecas… me veía perfecta. Arreglé para que mi cabello castaño cubriese mi ojo izquierdo, en el dado caso de que una visión apareciera.
Sonreí al reflejo. Luego, salí.
En las calles se veían los adornos del carnaval. Parecería que la ciudad regresó a los años de 1700, nada era moderno, lo de antaño sobresalía, atrayendo miradas bien dibujadas. Flores, jarrones, música, las calles incluso, todo era igual a si estuviera sacado de una máquina del tiempo. Era un ambiente mágico en cada sentido que tratara de encontrarse. Nada era lo que parecía, en los Carnavales abundaba la mentira, aderezada con un toque de sensual lujuria fantástica, haciéndole un pecado que no recordar al día siguiente, cuando las máscaras dejaran de existir y se regresara a la normalidad.
Olía a vino caro en las calles, se oían risas, filtreos susurrados al oído, también los caros perfumes se combinaban, haciendo una mezcla de olores extravagantes, auténticos e irrepetibles. Los colores que adornaban la ciudad eran chillones, oscuros, contrastaban unos con otros, formando un jardín de paisaje fantástico. La gente se apretaba entre lo que parecería poco espacio. Ninguno se conocía y era fácil imaginar una vida diferente a la que realmente se ocultaba tras esas máscaras.
Duques, Marqueses, Reyes y Reinas, existían por doquier.
“Nada es real” me dije, abriendo paso entre la gente con una seguridad que poco se conocía en mí. No me importó atraer la atención. Sentí las miradas de varios ojos y me regocijé en ellas, sonriendo con coquetería, tentándolos a acercarse y tratar de tomarme.
Cobardes.
Ninguno podía ser comparado con mi Amante Enmascarado.
—Te encontré una vez más—susurró alguien a mi oído.
La sonrisa que floreció en mis labios fue casi tan deliciosa como la sensación de sus manos acariciando mi cuello con lentitud. Tatuándome su esencia con un fuego imposible de borrar. Sin decir nada, ladeé este, permitiéndole besar mi piel.
Mañana regresarían las cosas a la normalidad, y él dejaría de existir. O tal vez, se volvería real, cuando le quitara la máscara de su rostro, sabría qué imagen poseía el amor.
Se puso frente a mí, tomando la palma de mi mano para dejar un suave beso en ella. Sus ojos oscuros sonrieron, también sus labios. La máscara era igual a las otras nueve noches anteriores en que nos encontramos; completamente blanca, a excepción de una rosa dibujada con una pluma plateada. Su traje era un smoking negro, cabello completamente negro, lacio, sujeto por un informal listón negro.
La elegancia de la monarquía extinta hace varios años ya, le pertenecía a él. Casi te hacía pensar que era de los sobrevivientes a una dinastía perdida. La etiqueta que los demás aparentaban se veía reducida a simple juego de plebeyos al compararla con sus pasos firmes, su mano tomando la mía y la forma recta al caminar mientras los dos nos alejábamos de la orgía colorida que se desarrollaba a espaldas nuestras, gracias al ambiente impuesto por la música y los adornos.
Subimos por un puente, luego, una góndola nos estaba esperando. Quien la conducía llevaba puesta una máscara y atraía el carnaval en su vestimenta. La misma góndola pertenecía a este. Todo Venecia era un mismo lugar y nadie podía poblarlo, salvo las morettas.
Me tendió una mano, y la acepté, subiendo a la góndola. Luego, mi Amante Enmascarado hizo lo mismo. El transporte comenzó a moverse de forma lenta, la música alcanzaba a llegar a nuestros oídos a pesar de la distancia. Eran tonadas alegres, con toques de elegancia, que te incitaban al misterio y a mantener el secreto que sólo le revelarás a una persona en especial.
Algo me hizo verlo. Sus ojos mostraron una intensidad que no se llega a creer real. Él me recortó sobre su cuerpo, mientras la góndola avanzaba sin destino fijado. Me recargué, sintiéndome una musa que está enamorada del artista.
Sus manos pasaron por mi brazo, dibujando la curvatura luego de mi pecho, escalando por mi cuello, acariciando mi rostro y llegando hasta donde amarraba el antifaz que cubría gran parte de mi rostro. Que me volvía una reina ante cualquier mirada o una duquesa. La máscara que me hacía sentir parte del juego de seducción.
Mi ojo cubierto por el mechón de cabello mostró una imagen. La imagen de Carlo sonriendo en esta misma noche.
Mi Amante desenredó el moño, y mi moretta cayó, resbalando hasta perderse en las aguas de los canales de Venecia. Cayó lentamente, igual a si alguien alentara cada toma de la película de la vida. Creí ver que esa escena se repetía.
Me sentí completamente desnuda ante sus ojos oscuros inteligentes.
Debía ser yo quien lo desenmascarara.
La música dejó de sonar. Me atrajo a sus irresistibles labios que formaban una sonrisa burlona, perfecta, que yo conocía de tiempo atrás. Sin embargo, fui lo suficientemente débil para entregarme al sabor de su boca, a la pasión que impregnaba la mía, a la sensación de ser derrotada y amada en misma proporción.
Me besó.
Un incendio pareció atacar mi cuerpo completo en medida de que él continuaba besándome, sin dejar mi alma en libertad. Sus manos me apretaban a su cuerpo por la cintura, explorando lo que estaba escondido entre el vestido: la pistola. Escuché la risa que le dio encontrar tal arma, la dejó junto a él. Quise separarme, pero me rodeó con más fuerza, reclamando cada parte de mi ser o cuerpo, como su propiedad.
Parecería que el lugar de sus labios siempre estuvo en los míos. Cerré los ojos, entregándome en ese lapso de tiempo en cuerpo y espíritu a él.
La libertad se me vio arrebatada. La música del Carnaval volvió a sonar a lo lejos. El Carnaval… estúpido Carnaval que entre mentiras logró apresarme en los brazos de un enemigo. Y lo peor de todo, no me veía capaz de renegar de la suerte. Bendecía y maldecía aquellos diez días de juegos y falsedades.
Me sentí incapaz de ponerle fin a la debilidad, fruto de su pasión. ¿Esta era la muerte que los mentalistas daban a las videntes? ¿Les robaban así el alma? ¿Las ganas de seguir peleando?
Sus labios se fundieron en la piel de mi cuello, la góndola seguía navegando. Las luces del Carnaval estaban más cerca de lo que pude detectar en primera instancia. Ahora, nosotros formábamos parte de los arreglos. Éramos aquellos amantes a los cuales no les importaba el peligro, estaban dispuestos a pasar aquella última noche de mentira como si fuese verdadera la pasión o el amor.
Quise hablar, pero no me fue posible. Su boca se paseó por mi cuello, llegando hasta el oído. Mordió suavemente este, con una mueca de satisfacción, cínica e irresistible. Habló con un susurro acariciador: — Lunette… mi querida Lunette, en tu afán de huida, has cometido el mismo error que tu madre; enamorarte de un mentalista.
Con dedos temblorosos, busqué el listón que amarraba su moretta a la cara. Y logré quitársela, sosteniéndola para que no cayera. Deseaba tener un recuerdo que todos los días me dijera lo estúpida y como me confié al creer en las falsas promesas que un Carnaval podía darte: encontrar al amor de tu vida, ser alguien diferentes… tener una vida diferente, enamorarte de quien más odias… la única verdad.
El rostro de Carlo era perfecto, a pesar de poseer la expresión que me hacía querer matarlo. Quizá, por eso era perfecto.
Atrapó nuevamente mis labios entre los suyos, nos encontrábamos abrazados. Me abrazaba hacia su cuerpo, impidiendo así pensar siquiera en un escape. Seguía sintiéndome aquella estúpida musa enamorada del artista.
Ya no había máscaras, continuaba el Carnaval y la noche aún era joven.
Murmuró mi nombre entre el beso, apropiándose de cada latido y suspiro del alma de su presa. Sentí la muerte. Carlo agarró la pistola y disparó, pero no me disparó a mí. Le disparó al gondolero, el cual, se desplomó y cayó al agua.
—Nadie puede saber de esto, Mi vidente.
Comencé a temblar y abrí los ojos.
Ya era hora de irse a la última noche del Carnaval.
Stacy H. Longbottom- Edad : 17
Carrera/Semestre : Artes y Entretenimiento
Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 16/04/2012
Re: Amante Sin Máscara
Waw Stacy, a pesar de no saber de que trata la historia escribes muy bien (: me ha gustado mucho este pequeño relato ^^ espero que nos traigas más.
Olivia E. Jones- Edad : 21 años.
Carrera/Semestre : Sanadora/Quinto semestre.
Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 17/04/2012
Re: Amante Sin Máscara
genial *.* me parcio un escirto super interesante y ame ese aire erotico que poseia, felicitaciones Stacy ^^
Molly A. Weasley- Mensajes : 233
Fecha de inscripción : 27/03/2012
Re: Amante Sin Máscara
Muchas gracias! *-*
Pues, verán... es un relato corto que se me ocurrió, pero está en proceso de hacerse novela. en un largo proceso.
Espero pronto animarme a subir alguna novela que tenga (:
Pues, verán... es un relato corto que se me ocurrió, pero está en proceso de hacerse novela. en un largo proceso.
Espero pronto animarme a subir alguna novela que tenga (:
Stacy H. Longbottom- Edad : 17
Carrera/Semestre : Artes y Entretenimiento
Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 16/04/2012
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Dom Oct 07, 2012 9:00 am por Invitado
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